A esta altura del partido, lo de Kiss ya no resiste ningún análisis. El cuarteto está más allá del bien y del mal, es un fenómeno histórico y de los más relevantes dentro de la cultura pop.
Cargada de baños de sangre, matanza de pollitos y demás viñetas, su mitología acompañó el crecimiento de generaciones enteras y dibujaron, quizá, algunas de las páginas más simpáticas en la historia del rock&roll.
Y ahí están los Kiss, maquillados en los camarines de River Plate, parado cual muñecos de cera del Museo de Madame Tussaud’s, posando para foto con un abultado grupo de fans que ganó ese privilegio gracias a un concurso. Los trajes ya no le quedan como en sus años mozos; los abdómenes parecen reventar; ni siquiera los kilos de maquillaje en su cara pueden ocultar el paso del tiempo. Pero a quien le importa… ¡Está Paul Stanley!, ¡Está Gene Simmons!, ¡Representan nuestra infancia!... ¡Son los Kiss!
Dentro de estas coordenadas, se tendría que amasar el análisis acerca del concierto que brindaron los creadores de Dynasty (1979) la noche del domingo en el Estadio monumental del Bajo Belgrano. Entonces, acariciando las 22hs. cayó el telón que cubría el escenario y todo se asemejó a una escena de Back To The Future, pero sin Marty McFly ni el Doc Brown.
Más allá de toda la pirotecnia a la que nos acostumbró durante las últimas tres décadas, Kiss es una maquina asesina de rock pesado. Mientras, en una postal casi caricaturesca, Gene Simmons no cesa de sacar la lengua y Paul Stanley golpea su guitarra con fuegos de artificio de fondo. Todo se asemeja a uno de esos dibujos animados de los setenta.
Obviamente, con un soundtrack de lujo compuesto por Hotter Than Hell, C’Mon and love me, Cold gin, Rock&Roll all nite, Lick it up y I was made for lovin’ you, entre lo más destacados dentro de la veintena de clásicos que ocuparon su playlist.
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